Agnes Kreuzer

Nacida en 1957, casada y madre de cuatro hijas («ser madre es mi mayor y más importante tarea») trabaja por cuenta propia como asesora jurídica y tutora profesional y recibe encargos de distintos tribunales de su zona.

¿Qué experiencias te han formado como mujer?

Personas que me han marcado

Mirando hacia atrás, a los muchos años de mi vida, siento una gran satisfacción y doy gracias a Dios por las condiciones de vida que permitió, todas ellas una buena base para encontrarme a mí misma y desarrollar mis talentos.

Me formé en una familia en la que  prevalecía la justicia, todo se desarrollaba con rectitud y solidez, y los niños éramos amados y respetados. Mi padre tenía gran osadía en cuanto a la moral, no temía defender la justicia, tampoco a los débiles ni a las personas que estaban al margen de la sociedad, pero era muy franco y dominante.  Su lema de vida era: «Haz el bien y no temas a nadie».  Mi madre era amable y piadosa, trabajadora y abnegada, una santa de la vida diaria – en mí descubro partes de ambos. Durante casi 40 años he vivido con mi marido, que me tomó tal como soy,  no trató de cambiarme sino que me apoyó. Aunque nuestra vida familiar es a menudo turbulenta y no precisamente pacífica, tenemos una base sólida.

¿Cuándo has experimentado a Dios en tu vida?

“Desde que tengo noción, Dios está presente en mi vida”

Desde que tengo noción, Dios está presente en mi vida. La granja donde crecí estaba justo al lado de nuestra iglesia. El interior de esta iglesia pasó a ser parte de mi lugar de juego.  Siguiendo el ejemplo de los adultos, visitaba la iglesia y me movía allí con toda libertad. El toque del ángelus, tres veces al día fue algo que me marcó especialmente. Al toque de cada campanada, se rezaba el “Ángel del Señor». En ese momento, todos dejaban de trabajar, mi padre se quitaba el sombrero y todos los presentes rezaban juntos la oración. En algún momento comencé a hacer yo lo mismo.

Mis padres perdieron tres de sus seis hijos. Dios les exigió mucho, y a pesar de la carga general que experimentaban, perseveraron en su fe en Dios. Como adolescente me fue transmitida, como era común en ese tiempo, la imagen de un Dios castigador, un Dios que lo ve y sabe todo.  Las profecías las sentía como una amenaza, pues era joven y tenía todavía toda mi vida por delante. Cuando nacieron nuestros hijos, busqué una forma de acabar con la rigurosidad, la falta de perspectiva y el miedo. Yo quería que se encontraran con el Dios amoroso, un Dios que está ahí, en cada situación y siempre mantiene su mano abierta. 

Así es como encontré Schoenstatt. Mi primera estancia más larga en este lugar de gracias fue una ‘Jornada madre – hijo’ hace unos 25 años. Ese tiempo fue una experiencia viva y de intensidad para mi fe, y me sentí «cobijada». Aunque pasaron muchos años hasta amigarme con el Padre Kentenich, este lugar de gracias hizo que se ahondara en mí con rapidez la confianza y la seguridad. Muchas personas con las que me siento estrechamente unida fueron puestas, a partir de ahí, en mi camino. Hace tiempo que Schoenstatt se ha convertido para mí en «el lugar que me regala seguridad». «Cuando estoy en el Santuario es como volver a casa…  pues es aquí, a ti, a quien yo pertenezco. María, a ti te traigo mi vida«. 

¿Cuál crees que es el desafío para la mujer en el tiempo actual?

Experiencias en los procesos judiciales –  “no siempre, pero a veces ocurren milagros”

He estado trabajando durante 20 años en el Tribunal de la Familia. Represento los intereses de los niños afectados por las disputas de sus padres. Cada caso es único y está unido a mucho sufrimiento y preocupación – hay mucho que está en juego. Antes de ejercer esta profesión, no sabía todo lo que se les exigía a los niños y lo que se esperaba de ellos. En muchas situaciones, casi imposibles de imaginar, me siento afectada y sin palabras. En silencio y a través de pequeñas jaculatorias, pido poder tener las palabras correctas que sepan consolar y calmar. A veces estoy presente, cuando los niños son separados de sus familias. Por propia fuerza, no sería capaz de resistir todas estas cosas. Niños, que no tienen a nadie en quien confiar en su angustia; niños, que en el conflicto violento de sus padres son ignorados; niños, que tienen que experimentar cosas tan graves. Hace tiempo que sé lo perturbadoras y marcantes que son este tipo de carencias y de vinculaciones rotas para la vida posterior de estos afectados. Cada vez que me encamino a un juicio, el camino se convierte en oración y en entrega de las personas a Dios, en la confianza que Él tomará la decisión correcta. No siempre, pero a veces ocurren milagros.

Los valores de nuestra sociedad han cambiado. El coste de la vida es alto, como también las demandas y requisitos; las mujeres deben contribuir al mantenimiento de la familia. Muchos matrimonios y familias se destruyen. Las mujeres se enfrentan a una realidad diversa en la que tomar una gran variedad de roles. Deben ser siempre atractivas, estar de buen humor, contribuir a los ingresos de las familias, ser una madre cariñosa y paciente con los niños,  una compañera de confianza y saber mantener el hogar limpio y confortable. Nuestra política asevera que los niños pequeños son mejor cuidados y socializados fuera de la familia que en el entorno familiar. Aunque soy consciente del alto número de niños que son mejor cuidados fuera de su familia, no por eso es esta la regla. Un niño pequeño sólo puede crecer sano emocionalmente, si es protegido, apoyado y cuidado, si se le permite crecer y aprender en un entorno rodeado de amor. Sólo sobre esta base puede darse un desarrollo saludable.

Hay tantos desafíos diferentes en la vida cotidiana, en cada vida humana. Cada persona tiene talentos que le han sido dados por Dios. Se necesita valor para proseguir el camino que la mayoría de la sociedad ridiculiza. Confundidos por la variedad de ofertas en los medios de comunicación y tantas posibilidades que se ofrecen, se gasta mucho tiempo comprando, jugando, escuchando música, intercambiando en chats o medios sociales. Muchas personas se distraen constantemente y se dejan «seducir» por las muchas posibilidades y ofertas. Están buscando un apoyo que no pueden encontrar allí. Las mujeres suelen estar abrumadas por la diversidad de sus obligaciones y se encuentran con poca comprensión.

La fe ya no encaja en esta era moderna porque nos va bien. Llenamos nuestro vacío interior con compras, actividades y un «más de todo».  Pero, qué sucederá después, cuando la belleza se vaya desvaneciendo y la juventud se vaya, cuando, tal vez se acabe el dinero, se acabe la convivencia con mi conyuge, o se den problemas inesperados con los hijos en crecimiento. Con la pérdida de la fe, se pierde el sentido de los valores fundamentales: el sentido por el valor del amor – que debe estar vinculado a una disposición al sacrificio; el valor de la comprensión– con la mirada puesta en el que está frente a mí; y el valor del perdón – volver para recorrer nuevos caminos. 

¿Qué quieres cambiar a través de tu vida en este mundo?

«Saber que en cada persona me encuentro con Dios…»

Mi trabajo me obliga a tener contacto con personas de los más diferentes caracteres; cada una de sus deficiencias tiene  una «buena razón» de ser. Consciente del hecho de encontrarme con Dios en cada persona, trato de ser, por lo general, atenta y amistosa cuando tomo contacto con el otro.  Profesionalmente dependo de que se establezca una relación de confianza; la capacidad para ello me ha sido regalada. Como creyente, trato de acercarme a mi mundo con amabilidad, paciencia y comprensión, ofreciendo mi apoyo, manteniendo mi palabra y amando lo mejor que puedo.  Cada día vuelvo a esforzarme en ello. 

No soy ni predicador ni apóstol, mi contribución es mi ejemplo. Siempre que se me presenta la oportunidad, comparto con el otro que me apoyo en Dios, que mis preocupaciones y mi vida la pongo en sus manos bondadosas y paternales y que intento entregarle cada vez el cetro de mi vida. 

Además del buen ejemplo de mis padres, he admirado siempre la extraordinaria cordialidad y amabilidad de las Hermanas de María combinada con una comprensión y paciencia que acepta a cada uno como es. Pero mi horizonte se amplió aún más, y pude descubrir al Fundador detrás de todo ello: al Padre Kentenich, con su manera de aceptar a las personas con respeto y atención y de educarlos con sabiduría. Se tomó el tiempo de escuchar, de mirar a su interlocutor, de sentir con él y de reconocer sus preocupaciones. Siguió adelante con fe y no pidió nada que él mismo no hubiera sufrido ya.

De esta manera he aprendido a apoyarme en la gracia de Dios, a caminar mi propio camino, aguantando y soportando todo de la mano de la Virgen. 

Qué hermoso haber encontrado un hogar en Schoenstatt, …es como volver a casa cuando estoy en el Santuario.  Aquí me has aceptado enteramente y es aquí, a ti, a quien yo pertenezco.