Ana Cristina Leitão

53 años; Pedagoga en lenguajes; Lisboa
Señoras de Schoenstatt

¿Qué experiencias la han marcado como mujer?

A través de mi madre experimenté de forma muy concreta lo que significa ser mujer. Ella me transmitió valores fundamentales: la fe, me hizo descubrir el sentido de la vida, acentuó la dignidad personal, el respeto, la fuerza, el ser madre (física y espiritualmente), el arraigo, el procurar la verdad y el actuar con actitud sincera. A medida que crecía, siempre me sentí valorada en mi propia personalidad, consciente de que no crecemos solos y de que nuestro equilibrio proviene de la complementación. El hecho de que mis padres pertenecieran a la generación fundadora de Schoenstatt en Portugal nos permitió a mi y a mis cinco hermanos crecer en el seno de la espiritualidad de Schoenstatt y en el mundo de sus ideales y de sus valores. El 11 de septiembre de 1980 nos consagramos a la Mater en el Santuario Original; en Alianza con ella experimentamos su presencia maternal a lo largo de nuestra vida.

¿Dónde ha experimentado a Dios en su vida?

En relación con una fuerte experiencia como familia, en la que papá y mamá estaban en el centro, pude experimentar la presencia de un Dios que está cerca de nosotros, de un Dios que es padre y que se preocupa por nosotros. Desde mi infancia esta ha sido mi experiencia. La experiencia vital del Santuario de la familia y del Santuario hogar me regaló esta cercanía al mundo sobrenatural y, más allá de eso, la experiencia diaria de un gran respeto por la libertad de cada uno, de modo que cada uno podía (o no) rezar ante nuestra imagen de María. En las etapas más difíciles de nuestro desarrollo como jóvenes, veía con qué fidelidad rezaban mis padres por cada uno de nosotros, aun cuando no siempre pudieran acompañarnos. Esta valiosa experiencia sigue viva en mi vida cotidiana y en mi Santuario hogar personal. – La experiencia de un Dios que es padre y madre, que nos ama entrañablemente y que respeta nuestra libertad y nuestras decisiones: esta ha sido la experiencia vital que he tenido junto a mis padres.

¿Qué desafíos ve usted para las mujeres de hoy?

Sobre todo estamos llamadas a ser testigos vivientes de aquello que nos distingue como mujeres: encarnar una misión que nadie puede asumir en lugar nuestro.
En un mundo que padece sed y que está marcado por la soledad, nuestra tarea consiste en construir puentes, vínculos y conexiones entre las personas.  En los ambientes en que trabajamos y vivimos, esforzarnos por la dignidad humana, irradiar fraternidad y maternidad.  Queremos estar atentas y transmitir fuertemente paz y alegría, para que muchas personas puedan tener una experiencia tangible de Dios. De un Dios que está presente y cerca de nosotros y de una Madre que nos educa, protege y nos acompaña en todas las circunstancias de nuestra vida.

¿Qué desea cambiar en este mundo, a través de su vida?

Cada día experimentamos muy de cerca lo que significa mantenernos firmes en nuestras convicciones y pagar por ello el precio de quedarse sola, porque “nadamos en contra de la corriente”. En la fuerza de la Alianza de Amor somos enviadas como instrumentos a un mundo lleno de contradicciones. Mientras lucha por una mayor esperanza de vida, mata la vida y destruye el planeta. Progresa técnicamente, pero pareciera crear cada vez más “islas” humanas. Apoya las guerras y, al mismo tiempo, exige la paz. Gracias a nuestro santuario del corazón podemos actuar de forma diferente, podemos ofrecer las gracias del arraigo, de la transformación interior y de la misión a todas las personas con quienes estamos vinculadas en nuestro mundo laboral, en la familia, en las relaciones sociales o en nuestras tareas apostólicas.
Mientras conscientemente creamos espacios de vida, espacios de diálogo y de encuentro, en los cuales otros puedan descansar y desarrollarse, vivimos y cumplimos la misión del 31 de Mayo. Estamos conscientes de que la forma en que lo hagamos conduce a las personas hacia Dios – también a quienes no tienen fe – quienes necesitan signos, lugares y corazones para construir un mundo más humano y fraterno.
Personalmente puedo decir, que muchas cosas en mi trabajo y en la educación y formación de jóvenes y adultos, tanto a nivel profesional como apostólico, me exigen crear lugares de encuentro para ayudar a otros a encontrar caminos. Estoy consciente que ellos también me exigen crecer y vivir en concordancia con los valores en los que creo. En la alegría y el sufrimiento de la cruz me experimento hija de nuestro padre, el P. Kentenich, y experimento día a día lo que significa asumir su misión y dar la vida por ella.