Cecilia E. Sturla, nacido en 1973 en Buenos Aires, Argentina;
casada, 6 hijos; Profesora de Filosofía por la Universidad Católica Argentina; asesora pedagógica de instituciones educativas; conferencista sobre liderazgo, educación, feminismos y filosofía; autora de artículos de investigación; expositora en congresos nacionales e internacionales de Filosofía y Teología;
miebro del instituto de las familias de Schoenstatt con su marido José María Sanguinetti; varias actividades y responsabilidades en el movimiento de Schoenstatt para jovenes y matrimonios y en la diocesis de Salta y Jujuy, Argentina.
Todas las experiencias vividas fueron marcando mi vida como mujer. Hay una toma de conciencia en la importancia de mi ser mujer cuando fui adentrándome en los feminismos del siglo XX y estudiándolo a partir del pensamiento de P. Kentenich.
Cuando conocí el mundo de Schönstatt. Allí tuve la experiencia más fuerte de Dios. La vida del PK tuvo en mi alma joven un impacto que aún no se perdió, antes bien, se acrecienta con los años. Dios se manifestó en esos momentos, en el encuentro con Pepe, que es mi marido desde hace 23 años, en mis hijos, en mi comunidad del Instituto de Familias. A Dios lo experimento en cada uno de los acontecimientos que me marcaron. En aquellos que me di cuenta, pero también en esos acontecimientos que, sin darme cuenta, me condujeron por lugares impensados.
Hay muchos desafíos que veo para las mujeres. En países latinoamericanos, donde el papel de la mujer fue muy fuerte en el ámbito doméstico, mostrar una mujer que puede compatibilizar su profesión con su vocación de madre, resulta muy importante. Hay pequeñas injusticias que hacen las instituciones tanto públicas como privadas, que no nos damos cuenta y que ponen a la mujer entre tener que decidir si quedarse en su casa o salir a trabajar en desmedro de la familia. Ello por considerar que el grueso del trabajo doméstico debe recaer en la mujer. Entiendo que no es así: el trabajo doméstico se debe hacer entre el varón y la mujer, en una comunión de intereses y de perspectivas laborales. Ese es uno de los temas más desafiantes hoy. Sin caer en extremos que no conducen a nada.
Fomentar la participación de las mujeres en lo público es un gran desafío. Las mujeres que tienen esa vocación deberían ser valoradas y aprovechadas al máximo, porque una política donde no existe la mirada femenina, es una política trunca, de mirada torcida y de intereses economicistas hasta el hartazgo. El cruento siglo XX es una muestra de una política dominada por hombres que acabó con masacres nunca vistas en la historia de la humanidad. Por ello mismo es que hay que fomentar en nuestras sociedades la participación de las mujeres en la política facilitándoles un poco las cosas y elaborando normas más creativas y «ad hoc» que hagan que la mujer le brinde a la sociedad sus dones esenciales: mayor diálogo, una mirada más solidaria y humana a la economía, y forme hogar donde vaya, sin tener que renunciar a su otra vocación hacia la maternidad. La opinión de la mujer debe tener un espacio concreto y una escucha más abierta. Muchos dirán que ya ese espacio lo tiene, y quizás sea así en algunos países. Pero en otros no. El mundo no se rige por la cultura occidental y de clase media.
Entiéndase bien que con esto no estoy obligando a todas las mujeres que se comprometan con la política de la misma manera. Si elegí ser ama de casa, entonces mi responsabilidad como ciudadana va a ser la de transmitir a mis hijos una educación basada en la mirada a toda la realidad, y no sólo en el pequeño núcleo del colegio, el barrio y la relación con la gente con la que me encuentro bien. El papel de la mujer es demasiado importante como para que se banalice la mirada frente al rol de la madre en la sociedad. No es sólo dar amor y cariño a los hijos, sino abrirles la mirada ante un mundo injusto que necesita de gente que lo haga más justo. Ante un mundo de riquezas y pobrezas desproporcionadas. De nada me sirve la educación de mis hijos «de excelencia», si ello no les permite luchar y aspirar a reformar esas instituciones que de tan injustas claman al cielo. Si la mujer no toma conciencia de ese rol social y político que tiene en su propia casa, poco importan los esfuerzos de toda una comunidad que eduque al otro contra los valores individualistas de su hogar.
Otro de los grandes desafíos, es el papel de la mujer en la Iglesia. ¡Pero ese tema da para mucho más que unas simples palabras!
Llevar a la realidad, a la práctica la mirada del P. Kentenich sobre la sociedad, sobre lo masculino y lo femenino. Colaborar en ello es tarea de toda mi vida. Influenciar en mi entorno abriendo los ojos ante una realidad mucho más amplia de la que pensamos que es.