Elizabeth Bunster Chacón

58 años, casada con Raúl Díaz Ramírez, 7 hijos; Federación de Familias de Chile; Trabajadora Social, con diplomado en trabajo con familias; Diplomado en Trabajo en gestión en redes y políticas públicas de protección social; Egresada de Magister en psicología social comunitaria de la Pontificia Universidad Católica.

¿Qué experiencias la han formado como mujer?

Conocer Schoenstatt desde mi juventud, llena de anhelos e iniciando la universidad, pero también con muchas limitaciones, temores, confusiones y cuestionamientos existenciales, fue como encontrar un gran faro de luz. Pienso que en esa búsqueda, fue María quien me encontró y me llamó primero. Antes que su imagen descubrí su ternura y maternidad, luego vi su rostro. Experimenté claramente su cercanía que superó lo imaginado, como suele suceder con los milagros de la vida diaria.

Sentir el amor de Dios a través de María en lo cotidiano, a través de las personas y en su pequeño Santuario, fue descubrir un tesoro que cambió mi relación con Dios en la fe, que despejó mis cuestionamientos. Esta experiencia me dio la tranquilidad y la confianza para descubrir quién era, asumir mi historia, mis carencias, mis anhelos y proyectar mi vida a través de mi ideal personal. Agradezco a Dios por el regalo enorme de sentirme su hija inmensamente amada, sin duda un aprendizaje fundamental para todo mi desarrollo posterior. Este contexto fue el mejor estímulo para formarme no solo a través de una carrera universitaria, sino como mujer y a vivir ese camino al que mi Alianza de Amor me llamaba.

En este proceso de formación, descubrí al padre José Kentenich, fundador de Schoenstatt, como padre y profeta a quien admiro por su historia y por ser hijo predilecto y dócil de María. A través de su cálida mirada -que responde al corazón todo lo que se le confía- aprendí a percibirlo como un trasparente y reflejo de la paternidad de Dios. Por eso, elevo un canto de gratitud por todo lo recibido a través suyo, en especial, por la Familia de Schoenstatt a la que pertenezco.

Claramente, más allá de mi título profesional y pos-títulos, el mayor regalo en mi vida, es la Alianza de Amor con María, que todo lo ilumina, mi familia, mis proyecciones personales, mi trabajo… Ella es quién me indica el camino, abre las puertas, conduce mis pasos y va tejiendo la historia. Siempre me he sentido como un pequeño instrumento que pasa las hebras de ese tejido, no siempre a tiempo, porque muchas veces me pesan mis debilidades, mi historia, y mis cegueras, pero Ella sigue tejiendo.,,

Esta formación que se inició con mi Alianza de Amor, me ha permitido entregarme como dócil instrumento en sus manos y dejarme pulir en mis asperezas, crecer en absoluta confianza en su amor y aprender a entregar todos mis talentos, mi fuerza, mis dolores, para contribuir con el plan de Dios y con la misión que nos legó nuestro fundador para los nuevos tiempos.

En este proceso de formación en la espiritualidad de Schoenstatt también han sido fundamentales la presencia cercana desde mi juventud, de sacerdotes y hermanas de María, así como las comunidades de juventud y de matrimonios a las que he pertenecido.

Los grandes puntales de mi vida son mi marido, de quien mucho he aprendido, cada uno de mis hijos, con los que tengo una vinculación especial, mi Santuario de Bellavista y la fuerza del Espíritu Santo que se manifiesta tan claramente allí.

¿En qué puntos de su vida ha experimentado a Dios?

Comienzo a sentir la experiencia del Dios vivo mucho más fuerte en Schoenstatt, si bien desde niña sentía un gran amor por Cristo. También lo experimenté en la imploración al Espíritu Santo los viernes en la noche en grupos de oración carismática. Pero ese amor era a Dios que estaba en un cielo lejano y que desde esa lejanía me escuchaba. Grande fue mi sorpresa al descubrir que Dios estaba a mi lado, que respondía, que me manifestaba su amor a través de las personas y en las circunstancias. En la Fe práctica en la Divina Providencia aprendí a descubrir también su voluntad. Me siento muy cerca de Dios Espíritu Santo, dador de vida, ante quien me inclino y agradezco y con quién sellé también una Alianza implorando su presencia en mi vida y sus siete dones, para servir mejor a la misión que Dios me confiara.

Pero sin duda la experiencia más cercana de Dios ha sido el nacimiento de cada uno de nuestros siete hijos nacidos y de los dos que ya están en el cielo y que no alcanzaron a nacer. Cada vida nueva es un milagro y se experimenta el gozo de ser una familia grande que vive alegre y esperanzada incluso frente a las dificultades. Hemos sentido el amor de María que nos procuró una casa y todo lo necesario para el cuidado y educación de nuestros hijos, en la confianza de que nada nos faltará.

Otra forma muy cercana de experimentar a Dios ha sido en el acompañamiento a quienes sufren ese dolor tan profundo, que se vive en tanta soledad de aquellos que padecen las secuelas de un aborto y necesitan experimentar el perdón y misericordia de Dios… Es estremecedor compartir la emoción hasta las lágrimas de esas mujeres, que al final de un proceso, vuelven a sentir este amor. Agradezco ser puente de ese encuentro y una ayuda para restaurar ese vínculo de amor con Dios y con ese hijo no nacido que ahora vive en presencia del Señor.

Desde mi Santuario del trabajo, encuentro a Dios en la Municipalidad de la comuna de Puente Alto, la comuna más grande de Chile y con la mayor población en situación vulnerable. Como trabajadora social puedo llevar esperanza a quienes sufren la pobreza, la falta de oportunidades y especialmente a las familias heridas con historias de abuso, violencia, o desorientación; siendo la mayor pobreza no saber cómo sanar esas heridas de dolor y sufrimiento que atraviesan generaciones y que necesitan acogida, consuelo y fe. Sé que María actúa, me acompaña y me ayuda para responder más allá de mis capacidades.

Finalmente, no puedo dejar de mencionar como experiencia del amor de Dios, el domingo de Resurrección, el 4 de abril de 1999, en el que coronamos a “María como Reina de la Vida nueva” junto a la tumba de nuestro Fundador el P. José Kentenich en Schoenstatt, Alemania. Fruto de esa coronación –ese mismo año- se dio inicio al Proyecto Esperanza, fecundo en tantos países, para dar nueva vida a quienes sufren el dolor y el arrepentimiento por un aborto.

¿Cuál es el desafío que ve para las mujeres hoy en día?

Como nunca el ideal de ser reflejos de María se hace urgente, especialmente frente a corrientes y a movimientos sociales que tratan de responder a desafíos actuales, desde la rivalidad o competencia de la mujer frente al varón. Aquellos que niegan la grandeza de la mujer como portadora de vida y no ven que a través de esta originalidad -con los dones que Dios le dio- hay una verdadera y valiosa contribución a un nuevo orden social, que lleve el corazón a las diferentes disciplinas; trabajo y cultura en complementación con el varón. Este desafío de una mayor presencia en los diferentes ámbitos de la cultura, no debe olvidar que la primera presencia ha de darse en la propia familia, que la mujer como esposa y madre tiene un rol insustituible donde se gesta la vida y la comunidad de corazones, siendo el núcleo para que la familia sea intima comunidad de vida y amor, como nos decía San Juan Pablo II.

¿Qué desea cambiar a través de su vida en este mundo?

A través de mi experiencia de ayuda a embarazadas en dificultades para evitar el aborto, y a mujeres y varones que llegan al centro de acogida pidiendo ayuda, o confesando «para mí ya es demasiado tarde porque aborté y no sé que hacer con este dolor», y luego en el testimonio y acompañamiento a mujeres en Chile y en otros países al realizar capacitaciones; he descubierto que lo más importante, es dar a conocer ese infinito amor de Dios y su misericordia que cambia la vida y el dolor.

Entonces lo que puedo cambiar en esa persona es su profundo dolor y tristeza en esperanza, ayudándolas a mirar su existencia desde una nueva perspectiva, que aun cuando no cambia la historia, si cambia el sentido de ese dolor que como una ancla inmoviliza, pero que ahora puede convertirse en un motor para servir a la vida y a Dios, porque es un dolor que redime, que hace brotar ríos de agua viva que se multiplica para dar a conocer la bondad de nuestro Señor y de nuestra querida Madre celestial.

En concreto, quiero continuar ayudando a cambiar la historia de muchos, acercarlos a Dios con sus debilidades y heridas, para que se puedan sanar y ser más felices al descubrir que están llamados a algo grande, a una misión, y así se vuelva a repetir en ellos el Magnificat de María, como Ella lo ha entonado en mi débil y limitada vida, con todo su amor.

¡Gracias sean dadas con todo mi corazón a nuestro buen Padre Dios!