Nacida en 1961, periodista, vive en Atibaia/SP Brasil, pertenece al Instituto Secular de las Hermanas de María de Schoenstatt.
De las muchas experiencias, me gustaría elegir las siguientes:
Mi educación en una familia de seis hijos – tres niños y tres niñas – en la que aprendí a aceptar las diferencias entre nosotros como también que los niños y las niñas son capaces de complementarse mutuamente. Aprendimos a hacer todo tipo de trabajos y los realizamos según un plan establecido. El respeto mutuo y el aprecio por la mujer -sin faltarle el respeto al varón- conformó mi vida.
Pero el mayor descubrimiento, en cuanto a la plenitud que significa ser mujer, me lo regaló Dios cuando conocí la Juventud de Schoenstatt. Momentos de meditacion, toda la atmósfera, el entorno cuidado con tanto esmero, despertaron mi receptividad por la grandeza y misión de la mujer. Hasta entonces pertenecía a los grupos de jóvenes de nuestra parroquia y en esos grupos había mucha tensión entre chicos y chicas. Entonces Dios me permitió descubrir a la Madre de Dios como mujer, la espiritualidad de nuestro Padre y Fundador – el Padre José Kentenich- , su visión de la mujer y el estilo mariano de Schoenstatt; lo que conquistó por entero mi alma y me dio pautas para toda mi vida. Recuerdo, por ejemplo, que a la primera jornada de la Juventud Femenina solamente llevé vaqueros; y ahí descubrí la belleza de las prendas de vestir femeninas. En casa me puse una falda y le pedí a mi madre, que era modista, «por favor, necesito faldas y vestidos». Estaba tan feliz de ser mujer, que lo irradiaba en mi entorno. Al poco tiempo, y sin que yo dijera nada, todas mis compañeras empezaron a usar más a menudo falda. Por supuesto, la ropa no lo es todo pero para mí fue un signo externo de haber descubierto la belleza y el sentido del ser mujer. Esta fue la experiencia más significativa y – si puedo decirlo así- «el descubrimiento» de mi feminidad.
Como estudiante de periodismo y también cuando hice mi master de filosofía, descubrí que yo como mujer percibo los hechos e ideas desde una perspectiva distinta a la de mis colegas varones. Esto me confirmó la importancia que tiene la complementación mutua. Las reflexiones de mis colegas eran más abstractas, no tocaban la vida, mientras que las mías eran tan profundas como las suyas pero hacian referencia al sentido de la vida y a la persona. El informe de nuestros trabajos confirmó la necesidad de que en el ámbito académico se diera también una reflexión desde lo femenino, si queríamos que el resultado de nuestra investigación fuera una contribución a la formación de la personalidad y no sólo un vagar en ideas.
En mis muchos años de trabajo con la Virgen Peregrina en varios cientos de diócesis y miles de parroquias, tuve experiencias muy hermosas que me enseñaron como de la buena interacción entre la misión del sacerdote y la de la Hermana, surgían abundantes frutos en cuanto al actuar de la Virgen como ayudante de Cristo. Estas y muchas otras experiencias que Dios me regaló, conformaron mi vida como mujer.
Primero en mi familia, donde Dios siempre estuvo presente y con quien teníamos una relación evidente y natural; después, a través de la espiritualidad de Schoenstatt, complementada por el trabajo pastoral en mi parroquia, donde también descubrí cual era el deseo de Dios para mi vida. Cuando conocí Schoenstatt y el Santuario, su espiritualidad y su pedagogía fue como si los deseos de mi corazón y todo lo que había experimentado hasta entonces, encajaran como piezas de un rompecabezas y capté el profundo significado de todo ello. Dios intervino muy claramente y con gran amor en mi vida. La decisión de mi vocación fue también una profunda experiencia: de diálogo con Dios, de un gran anhelo por Él y su cercanía, de una lucha entre mi libertad y su llamada y finalmente de su victoria. Desde mi juventud, los momentos llenos de silencio ante el tabernáculo han sido una profunda experiencia de unión de mi ser de creatura con el Dios de la vida.
Conocer al Padre José Kentenich y su carisma de padre y profeta dado por Dios, escuchar hablar de él a la gente que lo conoció, leer sus conferencias, todo ello fue también una experiencia del amor y la acción constante de Dios Padre. El Padre Kentenich es para mí el rostro de Dios, el lazo que me une a Él y que me hace experimentar el amor que Cristo nos anunció.
A menudo he experimentado el actuar de Dios como la de un Padre, el Padre que se acerca a mí y me sorprende con su amor; pero sólo logro darme cuenta de su presencia, si en la vida diaria le concedo el primer lugar. La experiencia de dedicar un tiempo de silencio y oración, de rezar incluso cuando no me apetece, me hace experimentar la presencia de Dios tanto en la naturaleza como en las personas; Él se hace presente incluso a través de los algoritmos digitales – en el trabajo preriodístico on line –, en el que uno se contacta con tantas personas generosas que comparten sus conocimientos y experiencias con otros. Dios sostiene en su mano el plan y todos los desarrollos y cambios históricos.
En mi opinión, el mayor desafío para la mujer de hoy es ser ella misma, vivir según los principios que Dios ha establecido en nuestra naturaleza. En nuestra época, que se caracteriza por la información ideológica, no es fácil tener claridad sobre el papel y el valor de la mujer ni de la dignidad del ser humano. Vivimos en una lucha entre ideas y emociones, bombardeados con conferencias y llamamientos emotivos, algunos estimulantes, otros manipuladores y engañosos. En cada clic nos encontramos con una avalancha de ideas y apelaciones, algunas buenas y atractivas, otras violentas. Solo una mente clara y el enraizamiento firme en principios fundamentales, permiten reconocer la verdad y la intención real; y a menudo, se necesita fuerza y coraje para ir solo en contra de la opinión pública general e incluso de personas cercanas. Eso únicamente es capaz de hacerlo una mujer fuerte. Se requiere de un gran equilibrio interior, la ayuda del Espíritu Santo y la certeza de estar cobijado en el corazón de Dios, lo que a mí se me regaló por la Alianza de Amor con la Madre de Dios. Sin este fuerte arraigo es imposible decidir objetivamente y amar sin miedo.
Quiero contribuir a una nueva sociedad donde todos tengan derecho a amar y ser amados. Quiero ayudar a la gente a tener un vínculo fuerte y sano con Dios, con las personas y con la naturaleza; que cada uno pueda realizar la imagen que está impresa en él y que lo hace ser imagen de Dios; que pueda ser lo que es.
Esto quiero lograrlo a través de mi vida consagrada como Hermana de María haciendo presente a María en la vida diaria, porque ella irradia a Dios y es ejemplo de un vínculo sano y pleno. Quien se vincula a ella es capaz de abrir su corazón y es transformado por Dios.
En mi trabajo como periodista, a través del contacto con miles de personas, tengo la oportunidad de colaborar llenando «espacios digitales» (digital spaces) de mensajes que ayuden a formarse una opinión, profundizan en el amor a Maria, y a través suyo, a la vinculación con Dios, con las personas y con el mundo. A través de mis contribuciones al capital de gracia, sumo mis sacrificios a los de miles de personas que también han sellado la Alianza de Amor y juntos colaboramos en la santificación del mundo.