38 años; Diseñadora y Arquitecto; Chile
Instituto Nuestra Señora de Schoenstatt
Mirando mi historia personal, puedo decir que las experiencias más significativas en mi ser mujer han sido la experiencia de la cruz y el dolor, unido a la experiencia del Santuario. Llegué a Schoenstatt a través del Santuario de Campanario a los 11 años y la Mater me conquistó en el con un vínculo personal. Ella fue la principal oyente de mi vida interior, llegando a la certeza de mi vocación para el Instituto a los 12 años. La comunidad en Campanario fue mi gran referencia del estilo de vida en torno a un Santuario del cual quise ser parte. Y especialmente mis educadoras en el tiempo de formación dentro de la comunidad, que me mostraron el ideal en su mayor altura, a imagen de María. Si no hubiera sido de esa manera, sin esa aspiración y exigencia a lo más noble a imagen de María, no habría optado por este estilo de vida.
En un tiempo donde por todos lados se busca evitar las realidades dolorosas, para mí, el hecho de experimentarlas ha sido un camino de crecimiento y maduración, que por supuesto dura toda la vida. Creo que una característica propia de la mujer es cargar de una manera hermosa y noble la cruz de la vida y el gran modelo y la gran educadora en esa línea es nuestra querida Mater, como se nos muestra en la Cruz de la Unidad. La cruz tiene la capacidad de regalar a la mujer dones como la resiliencia, la fortaleza, la reciedumbre que forma el carácter, objetivar el corazón y ordenar la afectividad.
Nuestra Mater es la gran conductora del alma, y esto es el gran regalo que he podido recibir en el Santuario: que la vida tiene sentido, que los dolores tienen sentido, que las pequeñeces propias y ajenas tienen sentido y que es Dios quien conduce la historia y utiliza todo para la redención del mundo. La historia de nuestra Familia de Schoenstatt, tal como la capta y desarrolla nuestro Padre fundador, es el camino seguro y los pasos claros que podemos dar sobre sus pasos. Soy una gran agradecida de esto, de cómo esa conciencia de la historia, del Dios de la Divina Providencia que todo lo conduce, nos da seguridad para caminar y enfrentar los desafíos de hoy.
La gran experiencia de Dios en mi vida ha sido en el Santuario de Schoenstatt. Y esto, no en un sentido estricto o físico como afirmando que “solo en el Santuario se experimenta el actuar de Dios”, sino en que a través de la experiencia del milagro de la gracia que recibimos por intercesión de nuestra Mater en el Santuario, podemos ver y experimentar más claramente el actuar de Dios en las personas que nos rodean, en la historia personal, en el acontecer mundial y profundizar nuestra vida sacramental, pues es Ella la que nos sumerge más plenamente en el misterio de su Hijo Jesús.
Este mundo para mí se abrió en Schoenstatt, especialmente a través de nuestro Padre Fundador: el no separar a Dios de la vida. No separar a Dios de los vínculos humanos, de los acontecimientos, del conocimiento, de las experiencias de vida, etc. Desde esa perspectiva, puedo afirmar que la experiencia de Dios en mi vida ha sido especialmente por medio de sus causas segundas. Dios nos habla diariamente y claramente a través de ellas. Esa realidad hace a Dios vital, un educador del amor y conductor de nuestra vida.
Pienso que el gran desafío ha sido siempre y sigue siendo hoy el ser una “Pequeña María”. Este contenido no tiene nada de infantil ni de ingenuo. La identidad de la mujer está siendo cada vez más desfigurada, masculinizada, nivelada y el eterno femenino por todos lados es cuestionado. En Schoenstatt he podido profundizar y ver vivo el eterno femenino que Dios pensó para nosotras. Cristo y María son nuestras grandes certezas antropológicas. Profundizar en esta raíz siempre será una fuente fecunda y segura de certezas para nuestro ser mujer.
Nuestro Padre Fundador, nos ha mostrado el ser y lugar de María en la obra de la redención como la gran Compañera y Colaboradora de Cristo en su misión. Pienso que no hay desafío más grande y hermoso que colaborar con Cristo en la Redención. A través de mi vocación virginal como Señora de Schoenstatt, a través de mi trabajo profesional, a través de mis vínculos personales, a través de mi “estar en medio del mundo” y sufrir allí los dolores de la actualidad. Creo que el gran desafío está en redescubrir, amar y conservar la grandeza de nuestro ser femenino como resplandece en María y apropiarse de él en la vida misma. Mostrar que ese ideal femenino es actual y es fundamental para la salvación del mundo.
Quisiera contribuir a cambiar las esclavitudes modernas por el amor a la libertad y el relativismo actual por el amor a la verdad. Esto, como herencia de nuestro Padre Fundador.
He tenido el regalo de tener contacto y trabajar con juventud universitaria en distintos ámbitos. Me encantaría aportar a cambiar sus idealismos por ideales y contribuir a que los jóvenes conozcan el camino de la verdadera libertad, a través de la sincera y seria búsqueda de la verdad, que en último término, es la búsqueda de Dios. Poder transmitirles que ante Dios uno puede ser transparente, sin máscaras, que nos ama como somos y que Él mismo quiere responder todas nuestras dudas, dolores e inseguridades.
Quisiera transmitir con mi vida que todo tiene que ver con Cristo, que nada queda fuera de Él. La profesión, la gente con que trabajamos, la música que escuchamos ¡todo! En último término, transmitir que el único que sana el corazón humano es Cristo, su amor, su misericordia y su presencia en cada uno de nosotros.
Desde esa perspectiva, en el ámbito profesional, me gustaría ayudar a cambiar la manera de construir ciudad, pues en el ámbito laboral ¡nuestro Dios también tiene mucho que decir! Cuando en Schoenstatt hablamos de “organismo” este aplica a todo, también al lugar donde vivimos, a la casa que habitamos. La arquitectura y el urbanismo debiesen contribuir también a que podamos ver a Dios a través de la creación y desarrollar un vivir orgánico en todos los ámbitos. Tener espacios adecuados, dignos y enaltecedores; áreas verdes, distancias caminables, comercio local y original: espacios que creen comunidad y que puedan a su vez regalar independencia y privacidad. Iglesias y plazas, vida social y familiar. Ciudad respetuosa con el espacio natural y que funcione en armonía con él. ¡Una maravilla! La ciudad de Dios, la ciudad ideal es un trabajo y desafío para toda la vida. Y como hemos aprendido en Schoenstatt, los ideales no son solo para soñarlos, sino para llenarlos de contenido y de a poco realizarlos, jugársela por ellos.