64 años; Estudio de teología (diplomado), pedagogía y diseño textil – Formación en medios de comunicación teólogos y teólogas del Instituto para la promoción de jóvenes periodistas. 25 años como consultora diocesana para la mujer en el KFD y en la pastoral de la mujer, de los cuales 10 años fue asesora espiritual en la pastoral de la mujer en la Diócesis de Essen.; Alemania; Señoras de Schoenstatt
Cuando mi padre hablaba de “My fair lady” no se refería al musical. “My fair lady” eran para mi padre, que no hablaba inglés, mi madre, mis dos hermanas y yo: “mis cuatro mujeres”.
En la constelación familiar yo era la “segunda mujer”, la primogénita. El que mis padres me llamaran María fue un regalo profético. Cada una de sus tres hijas era para ellos un motivo de alegría. Mi padre acompañó amorosamente el proceso cuando una quinta mujer se agregó a nuestra casa, cuando nuestra abuela se vino a vivir con nosotros. Desde el primer día de mi vida no experimenté una cantidad determinada de mujeres, sino siempre hubo en torno mío una realidad con mayoría de mujeres.
Después de la escuela primaria fui a un colegio secundario de mujeres, que todavía existían en aquel entonces. Mirando hacia atrás sé que este tipo de colegio era bueno y adecuado para mi. El hecho de que unos pocos jóvenes se agregaran en la escuela en el grado superior no fue ningún “respiro”, como tampoco lo eran los jóvenes de mi vecindario. El cajón de arena no era un “lugar solo para mujeres”.
“Mixto” fue luego también el tiempo en el trabajo juvenil en mi parroquia. Los chicos y las chicas trabajaban activamente con los jóvenes, valientemente lo tomaron en sus manos y le dieron forma – especialmente cuando no había capellán. En ese momento nos acompañaron los padres y nos dieron libertad de acción. Nos apoyaron, pero no nos dijeron lo que había que hacer…
Algo hubo en este buen período del trabajo con la juventud, a pesar de las deficiencias que tenía. En este lugar vacío se hizo presente la Juventud femenina de Schoenstatt, a la que conocí cuando tenía 16 años. Allí nuevamente me reunía solo con mujeres. En ese período María entró más intensamente en mi vida. Estaba agradecida por las conversaciones con contenido religioso. Para mi eran mucho más fecundos que el organizar y realizar eventos y campañas. Al comenzar mis estudios en Münster me cambié desde la Juventud femenina a la Juventud universitaria de Schoenstatt. Nuevamente fue una comunidad de mujeres la que me habría de exigir e imprimir en mi un sello en los años siguientes. Pero también aquí las universitarias trabajaban junto con los universitarios y planeaban y realizaban eventos en común.
En la comunidad de universitarias, junto con otras, comencé también a pensar en mi propio ser mujer. ¿Cómo vivo como mujer? ¿Qué me diferencia de los varones? En mis estudios esto era algo irrelevante. Incluso en la facultad de teología no era raro encontrarse con mujeres. Solo escaseaban en el cuerpo docente. Desgraciadamente, como lo descubro al mirar hacia atrás. ¿Cómo vivo como mujer y con otras mujeres? La respuesta a esta pregunta fue mi entrada al Instituto Secular Nuestra Señora de Schoenstatt. Junto con otras mujeres me pude plantear la pregunta acerca del ser mujer y acerca de mi vida como mujer en la Iglesia y en la sociedad y conversar acerca de ello.
La cuestión acerca del hombre y la mujer, lo que les es común y lo diferente no existía en los primeros años de mi vida profesional. En la parroquia donde trabajaba existía la Comunidad de Mujeres Católicas de Alemania (kfd). El Movimiento de Trabajadores Católicos (KAB) había sido durante mucho tiempo una asociación para hombres y mujeres. Pude convertirme en miembro sin problema, a diferencia de una amiga que tenía que presentar un permiso de su (inexistente) marido.
La cuestión sobre las mujeres adquirió importancia y llegó a ser determinante en mi segundo trabajo. Durante 25 años trabajé como asesora diocesana en la pastoral de la mujer y en la Comunidad de Mujeres Católicas de Alemania (kfd). Después de una formación como Directora de Retiros, el trabajo espiritual con mujeres adquirió mayor fuerza, junto al trabajo educativo.
La expresión “Fair lady” adquirió un significado completamente nuevo. Ya no me ocupaba de las cuatro ladies. Una posición justa y como corresponde de la mujer en la Iglesia y en la sociedad se convirtió en mi tema. Con esto viajé por las parroquias y decanatos de la Diócesis de Essen. La igualdad de derechos, la mujer en la familia y en la profesión, la mujer en la Iglesia, carismas y cargos, el diaconado de la mujer. A veces pienso lo poco que ha cambiado todo en los últimos años.
Diez años después del comienzo de mi servicio en la pastoral de la mujer hubo un cambio en mi ámbito laboral. La Comunidad de Mujeres Católicas de Alemania (kfd) buscaba un nuevo presidente diocesano. Un párroco que estaba dispuesto a postular para este cargo, solo quería hacerlo en asociación y cooperación con una mujer con los mismos derechos. Así fue que primero fui llamada y luego elegida por nuestro Obispo para ese cargo, en aquel entonces nuevo.
Dos temas relacionados con mujeres me preocupan más allá de mi tiempo en la pastoral de mujeres: la homologación y la colaboración.
Aún las mujeres en la Iglesia y en la sociedad no ocupan el lugar al que pertenecen. No se ha logrado la igualdad de derechos ni la homologación. Las mujeres ocupan altos cargos. Pero desgraciadamente aún son pocas. Especialmente faltan mujeres en la economía. La causa suele ser la interrupción de la carrera profesional por la maternidad y la consiguiente falta de perfeccionamiento. En esto la igualdad de derechos aun no es realidad. Hay mucho para crecer en este sentido. También en la Iglesia.
La colaboración con diferentes sacerdotes me ha fortalecido y motivado. En los retiros experimento una y otra vez que las participantes confirman agradecidas precisamente lo bueno que es percibir una dirección conjunta libre de conflictos entre un hombre y una mujer, entre un sacerdote y una mujer laica. Ciertamente también aquí hay mucho que mejorar en la Iglesia y en la sociedad. También aquí hay mucho sitio para seguir creciendo tanto en la Iglesia como en la sociedad. Por mi parte estoy agradecida por haber podido experimentar y seguir experimentando este trabajar en conjunto. Esto es válido también para mi actividad como consejera personal del Obispo Auxiliar Ludger Schepers, y junto con él, en la sección de religiosos de nuestra diócesis. A pesar de muchas diferencias, encuentro que algo de mi actividad y de mi pensamiento se refleja en el “principio paterno” de nuestra comunidad.
Espiritualmente, desde el comienzo de mi actividad profesional he encontrado provechoso el trabajo con las mujeres de la Biblia. Tanto en el Antiguo Testamento, como también en el entorno de Jesús y en la Iglesia primitiva hay muchas “hermanas en la fe” por las que estoy agradecida.
Una “hermana” especial para mi es, por cierto, María, especialmente la Mujer del Magnificat. Ella me ayuda a acompañar a las mujeres hacia su propia grandeza. En muchas conversaciones, estudios bíblicos y retiros se me ha regalado y se me regala el poder transmitir los tesoros de la Biblia. Siempre me fascina cuando maduras religiosas se sientan ante mi con grandes ojos y oídos abiertos, descubren contenidos completamente nuevos y los dejan entrar en sí mismas. La confrontación propia con la Sagrada Escritura y muchas conversaciones sobre las Escrituras han sido y son para mi lugares importantes para experimentar a Dios.
A través de los temas varón–mujer, masculino–femenino, mi imagen de Dios ha ido cambiando. Se ha ampliado. Cada vez más he descubierto al Dios maternal. En los salmos y en muchos otros pasajes del Antiguo Testamento Dios me revela su lado femenino: Dios es ayuda, fortaleza, misericordia, ternura, fuente, afecto… y mucho más. El hecho de que muchos de estos nombres falten en la liturgia y en nuestro tesoro de oraciones me entristece cada vez más. Y muchas cosas que se dicen al respecto también me hacen enojar. Especialmente querido ha llegado a ser para mi Dios Sabiduría. Esta sabiduría me acompaña. A ella puedo dirigirme con mis preguntas. También me hace feliz cuando junto con otras mujeres, y también varones, puedo buscar pistas. Agradezco cuando noto que algo cambia en las personas en torno mio, al entrar en una nueva amplitud hasta ahora desconocida. Por eso, además de Dios Sabiduría me fascina Dios Amplitud.
En Schoenstatt y en mi comunidad he descubierto que ser mujer significa: recibir, llevar, transmitir. Estoy agradecida porque esto es posible en muchos ámbitos de la vida y porque así soy conducida cada vez más hacia la amplitud.