25 años; terminando la carrera de medicina; pertenece a la juventud femenina de Schoenstatt en México.
Mi formación como mujer ha sido resultado de la influencia de personas muy cercanas en mi vida y de los retos a los que Dios me ha permitido enfrentarme, siempre con las herramientas que bondadosamente y sin falta provee.
Sobre esas personas, definitivamente mi madre ha sido la más importante. De ella aprendí que la fuerza de voluntad, la pasión y el trabajo duro siempre rendirán frutos. Ella, además de la Mater, es mi más claro ejemplo de que las mujeres somos capaces de ocupar posiciones excepcionales en la sociedad y que si vives tu originalidad podrás vencer cualquier reto, incluyendo los relacionados con los estereotipos sociales. En segundo lugar está mi relación de noviazgo, que me ha alentado a ir contracorriente respecto a lo que se vive en el noviazgo hoy en día; con María y el Padre nos educamos para vivir la pureza, la castidad, el amor desinteresado y trabajamos para vivir la santidad en el noviazgo.
Dios me ha dado el anhelo de servir trabajando por la salud y el bienestar físico de mis hermanos, es un anhelo que poco a poco se va consolidando y que apenas comienza a trasladarse de la parte teórica a la práctica, ya que como mencioné, estoy por terminar mis estudios. Ese anhelo ha estado lleno de retos durante mi formación universitaria que han ido forjando mi carácter como mujer. Entre ellos puedo mencionar la “lucha” entre ciencia y religión, donde la mayoría de las veces esta última no tenía cabida y era motivo de críticas; una práctica médica que se ha olvidado del factor humano, de la caridad y la empatía; y en algunas ocasiones un ambiente donde por ser mujer se te considera menos capaz, fuera de lugar e incluso se experimenta acoso.
En un paralelismo completamente providencial, apareció la Mater para educarme. Dios, a través de María Santísima y el padre Kentenich, me dieron las herramientas para crecer en la fe, incorporarla a mi formación profesional y superar esos retos. María me enseñó sobre el cobijamiento maternal y me llevó hacia Jesús para aprender cómo tratar a los enfermos de forma más humana. El padre Kentenich me enseñó sobre el esfuerzo solidario a través del capital de gracias, me enseñó a aceptar el reto de ser instrumento, a poner todo en manos de María y a llevarla a todos lados aún en los lugares más duros a pesar de las críticas. Finalmente, la Juventud Femenina me enseñó a reconocerme como pequeña María, a aceptar cada aspecto de mí como un regalo de Dios y saberme especialmente escogida para poner todos mis dones, por muy pequeños e imperfectos que sean, al servicio del Reino de Dios.
Gracias a Dios, podría enumerar muchos momentos en que lo he experimentado de forma muy personal, pero me enfocaré en un regalo que para mí es especialísimo: la oportunidad de ser Ministro Extraordinario de la Comunión, que es algo que comparto con otras chicas de la JF.
Jesús se tomó en serio la Alianza que hicimos con la Mater. A mis compañeras ministras y a mí, nos tomó de su mano y nos acercó de forma mucho más profunda al sacramento de la Eucaristía y de la Reconciliación para poder estar a la altura de su encargo. Aun cuando la propia pequeñez me ha llevado a pensarme indigna de este honor, María se ha encargado a través de causas segundas, de ayudarme a buscar la Gracia y retomar la misión que se nos encomendó.
Hacerte pequeña y transparente para estar tan cerquita de Jesús Sacramentado en un privilegio enorme. Él que consuela, acompaña y alivia, se encarga a través de sus instrumentos, de llegar a muchos enfermos y adultos mayores de comunidades remotas durante la Semana Santa y a miles de peregrinos que visitan el santuario cada fin de semana. Gracias a eso, he podido presenciar ese momento tan íntimo en el que El Amor se dona completamente y la fe de quien lo recibe no puede ser más grande. Llevarlo a Él, Rey de reyes, y ver cómo es capaz de sanar cualquier dolencia física y del alma es presenciar un milagro cada vez que alguien recibe Su Cuerpo. Uno no puede más que arrodillarse ante Él, adorarlo y anhelar servirlo en todo momento.
Dejar atrás las corrientes antropocéntricas que terminan por envolvernos en el “yo”, en “mi libertad”, “mi felicidad”, “el éxito personal”, etc. Estas corrientes nos llevan a negar la propia esencia femenina, a negar la maternidad, la sensibilidad, la intuición, la capacidad de ser toda alma, ya que esta esencia no fue creada para el egoísmo sino para la entrega. También nos llevan a huir del sacrificio que es donarse y servir a los demás, nos impide experimentar la cruz y en consecuencia la alegría y la esperanza de la recompensa divina. ¿Cuál es para mí la respuesta? Reconocer y aceptar la originalidad que Dios te dio como un regalo, pero no un regalo para ti misma sino para tus hermanos. Hacerlo sin reservas, sin condiciones y a pesar de cualquier miedo, siempre poniendo a Dios en el centro. En la medida que podamos salir de nosotras mismas y ser ofrenda para Dios en la tierra, podremos convertirnos en esa mujer nueva que junto con el hombre nuevo, forme la nueva comunidad.
Agradezco mucho la oportunidad de compartir este pequeño testimonio entre tantas mujeres tan excepcionales que ponen su vida en manos de Dios y la Mater por medio de Schoenstatt. Lo tomo como una oportunidad de dar gloria a Dios y también para rendir homenaje a la Juventud Femenina que está llena de mujeres tanto más admirables y de quien obtengo toda la inspiración para ser “Como Hija Inmaculada, Instrumento del Padre”.