57 años, casada hace 30 años con Benjamín Echeverría, 3 hijos hombres de 26, 23 y 16 años. Estudie Educación Básica, trabaje 9 años en un colegio para niños vulnerables hasta que nació mi primer hijo. Pertenezco al movimiento desde los 15 años y actualmente formo parte de la Dirección Nacional de la Federación de Madres de Chile.
No podría partir esta pregunta sin mencionar a mi mamá y mis abuelas. Lo que se recibe desde la cuna como atmósferas y ambientes tuvieron en mi un alto impacto. El papel de la mujer en la familia, veo a mi abuela que si salía en la tarde siempre estaba en casa cuando llegaba el marido, son cosas que quizá ahora no se entienden porque el rol nuestro ha cambiado, pero sin lugar a dudas el alma de la casa la lleva la mujer, le nace de forma espontánea el “crear ambiente”.
Afortunadamente conocí el movimiento a los 15 años y sin duda alguna la formación recibida en la juventud, la Alianza de Amor, el Santuario, los grupos de vida, los campamentos en el verano, las lecturas espirituales, las lecturas del pensamiento de NPF, el tener un acompañante espiritual contribuyó a que fuera la mujer que soy. El ir viviendo cada etapa de mi vida cerca de mujeres extraordinarias, hermanas de María y hermanas de grupo, me han motivado a dar lo mejor de mí, a constatar que se puede vivir la fe uniéndola siempre a la vida, muy cerca de Dios y siempre iluminada por la imagen de María.
Ciertamente hay momentos de “iluminación” en que Dios se hace más patente. Una peregrinación por ejemplo. Pero lo veo cada día en la naturaleza, cordillera, el cielo, las flores, el mar, las puestas de sol, etc… Pero donde el corazón se estremece es en el amor, esa tendida de mano, ese te quiero, esa llamada en días tristes, esa mirada llena de ternura y compasión, la mirada inocente de un niño, la risa que contagia y que hace sentirse parte de un todo mayor.
Sin duda frente al dolor, a la cruz, también he experimentado a Dios. El abandono a su querer, a su voluntad, si bien a mí me pueden haber costado en un principio, hacen crecer y obligan a madurar, a entregarse en otra dimensión, a confiar ciegamente. Es un regalo el poder experimentar la victoria de la cruz, y genera un vínculo cada vez más profundo con el Señor.
El mayor desafío hoy creo que es ser valoradas precisamente porque somos diferentes de los hombres. Es no buscar la igualdad sino la complementación. Es no creer que somos mejores o peores sino diferentes.
Es darse gratuitamente en todo orden de cosas, primeramente en nuestros hogares, con el marido, los hijos y nietos, luego en nuestros quehaceres y en nuestros trabajos.
Otro desafío es poder compaginar el trabajo con la crianza de los hijos y la familia.
Conocerse a sí misma y ser fiel a lo que Dios puso en cada una es también un desafío, no buscar ser como otras sino hacer vida esa idea que Dios tuvo para nosotras al crearnos.
Es dar importancia a entregar parte importante de nuestro tiempo a estar en cercanía con Dios, a través de la oración, la palabra, los sacramentos, el santuario.
Quisiera poder dar mi granito de arena en este mundo dando pequeñas señales que pueden hacer de este mundo un lugar más amable. A través de las miradas, atención en escuchar, volver a preguntar por aquello que nos contaron, aprenderse los nombres de quienes nos atienden frecuentemente, en fin cosas pequeñas pero que hacen la diferencia.
Me gustaría contribuir a poder ayudar a todas las personas con que me encuentre a que puedan sacar lo mejor de sí, hacerlas sentirse valoradas, hacer que se sientan queridas y respetadas por ser como son.
Transmitir que hay un Dios que nos quiere misericordiosamente a todos y que nos perdona y espera encontrarse filialmente con cada uno.